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Años 80: paro, heroína y sufrimiento oculto
A finales de los 80, la juventud atrapada en el desempleo veía cómo la depresión se colaba en cada esquina: silencio familiar, barrios sin futuro y escapes como el caballo. Ese dolor nunca tuvo espacio en los medios ni en la conciencia pública. Solo décadas después, el CCCB recordaría aquel ecosistema con la exposición Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle —una mirada cruda a una juventud marginada, reflejo de pobreza, marginalidad y trastornos sin nombre.
Los estudios lo confirman: la pobreza y el desempleo aumentan significativamente el riesgo de depresión, ansiedad y esquizofrenia (Nature Human Behaviour, 2024). El desempleo prolongado en jóvenes duplica la posibilidad de sufrir insomnio, pánico o depresión. Y en la infancia, la falta de recursos sociales impacta el desarrollo cerebral, elevando la vulnerabilidad emocional (Harvard, 2023).
El dolor existía, pero vivía en la invisibilidad: en jeringuillas, barrios y silencios familiares.
Fast-forward 2025: la moda de ser PAS o “intensa”
Aviso: lo que viene a continuación puede herir tu sensibilidad, provocarte arcadas y regalarte un ataque de vergüenza ajena. Clica bajo tu responsabilidad.
📲 “Soy PAS, todo me afecta, lloro mucho y tengo muchísima empatía”
Autorredundancia: empieza con “Soy una persona altamente sensible” y después dedica 15 frases a repetir la misma idea con variaciones.
Exageración performativa: “lloro mucho, me sobreestimulo, me bloqueo” → lo convierte en confesión dramática, pero al final siempre aterriza en el mismo lugar: “es un don, un regalo, un superpoder”.
Buenismo autopublicitario: la parte más irritante es ese giro: “no soy débil, soy un regalo para el mundo, ayudo a los niños, los animalitos, los amaneceres”. Aquí ya no es vulnerabilidad, es marketing emocional.
Contradicción latente: si de verdad vives abrumada, bloqueada y llorando todo el tiempo, difícilmente esa sensibilidad es solo “virtud”. El post se niega a nombrar lo incómodo: ansiedad, aislamiento, sufrimiento real.
📲 “Si eres PAS, sufres enormemente con pequeños detalles”
Titular cuqui: “Ser sensible es un don, un regalo y una enorme virtud”. ¿Quién va a querer cuestionar eso? Se vende como poder mágico.
Condición agridulce: “sufres enormemente con pequeños detalles de tu pareja”. Traducción: cualquier conflicto cotidiano queda elevado a categoría de tragedia existencial porque eres “especial”.
Sesgo de positividad tóxica: se omite que ser PAS puede ser incapacitante, desgastante y estar asociado a mayor vulnerabilidad frente a ansiedad o depresión. En cambio, se remarca como virtud, casi como superpoder.
Marketing de la sensibilidad: la frase en colores, estética Instagram, convierte un rasgo neuropsicológico complejo en merchandising emocional.
📲 “En este mundo frío, ser sensible es un acto de valentía”
Autoperformatividad: no se trata de comunicar algo nuevo, sino de exhibirse como persona sensible.
Lenguaje redundante: el contenido da igual, lo importante es el tono, el emoji, el envoltorio.
Empatía de escaparate: se convierte en un valor moral que se muestra como insignia, más que en algo que se practica.
Elaine Aron describió la PAS en 1996, pero en redes se transformó en branding emocional: “sufro más porque siento más”. Como explica Zizi Papacharissi en Affective Publics (2015), hoy la emoción se monetiza: genera comunidad, likes y hasta patrocinios.
Ser PAS ya no es un rasgo, es una identidad compartida y rentable.
El dolor profundo no encuentra feed
¿Y el sufrimiento brutal? Sigue en la sombra:
- Episodios maníacos que arruinan cuentas bancarias.
- Electroshocks por depresiones resistentes.
- Voces internas que insultan cada noche.
Ese dolor no se comparte en reels porque no es cuqui ni marketinizable. Como dijo Erving Goffman en Stigma (1963), hay atributos que se convierten en distintivos sociales y otros que siguen marcando con fuego la exclusión.
En lo alto del ranking están los sufrimientos cuquis —PAS, ansiedad leve, burnout chic— perfectos para un reel con piano. En el sótano, los diagnósticos duros —esquizofrenia, bipolaridad severa, depresiones resistentes— que siguen siendo invisibles y tabú.
Ya en 1997, Arthur Aron mostró cómo compartir vulnerabilidad genera intimidad (The 36 Questions That Lead to Love). En Instagram lo hemos llevado al extremo: compartimos vulnerabilidad, sí, pero solo la que queda bien con flores y música de fondo.
Mismo sufrimiento, diferente escaparate
Del banco con jeringuilla al carrusel con flores: el sufrimiento ha cambiado de escaparate. No se trata de negar lo PAS, ni de burlarse de quienes comparten sensibilidad. Pero sí de señalar la trampa: hemos jerarquizado el dolor.
El problema no es hablar de sensibilidad. El problema es confundir ese dolor instagrameable con la radiografía completa del sufrimiento humano. Porque hay dolores que no caben en un carrusel y que no se maquillan con filtros.
Y quizá el reto sea ese: atreverse a mirar también los sufrimientos sin branding, los que no caben en Instagram pero siguen marcando vidas enteras.

Soy Nayat, y aquí mezclo sin pudor mis obsesiones literarias: desde artículos bien pensados sobre literatura “seria” (con comillas, porque a veces se pasa de intensa) hasta mis series favoritas del momento. Todo, por supuesto, bien ordenado en listas —porque nada me da más paz mental que ver los libros colocaditos en su sitio. También vas a encontrar recursos gratuitos, recomendaciones y alguna que otra joya inesperada. Bienvenida a este rincón donde el caos literario se convierte en puro disfrute. Puedes saber más sobre mí aquí.