Si me conocéis un poco sabéis que odio el calor con todo mi alma.
Mis meses favoritos del año siempre han sido octubre, noviembre y diciembre: época de recogerse, de mantitas, de castañas y de paseos entre hojas crujientes. Para mí el otoño es un refugio, un ritual que siempre me devuelve la calma después del verano.
El problema es que últimamente ese refugio parece no llegar nunca. El calendario dice que estamos en otoño, pero el cuerpo no lo siente igual y eso me ha llevado a una época de bajón que no sabía muy bien cómo definir. Es cierto que la vuelta siempre es dura, que septiembre arranca con responsabilidades nuevas y agendas llenas, y que al mismo tiempo suele traer la ilusión de los nuevos comienzos. Sin embargo, este año era diferente, y no es la primera vez que me pasa: lo que sentía iba más allá. Tras darle muchas vueltas encontré la expresión que lo explica: tengo jet lag estacional.
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¿Qué es el jet lag estacional?
Igual que cuando viajas en avión y tu reloj interno va desfasado respecto a la hora local, mi cuerpo parece seguir esperando un otoño “como los de antes”: días más cortos, mañanas frescas, ese ambiente que invita al recogimiento. En cambio, la realidad insiste en alargar un verano extraño, con calor y luz que no encajan con lo que espero. Y ese desfase pesa en el ánimo.
La ciencia detrás de la sensación
Nuestros ritmos biológicos funcionan como relojes internos.
- Los ritmos circadianos regulan el sueño, la energía y las hormonas en ciclos de 24 horas.
- Los ritmos estacionales se adaptaron durante siglos a la duración de los días y a los cambios de temperatura.
La luz regula la melatonina (clave para dormir), la temperatura influye en nuestra vitalidad y las estaciones marcan incluso la forma en que metabolizamos los alimentos. Cuando esas señales se desajustan, aparece lo que los investigadores llaman cronodisrupción.
En el caso clásico del trastorno afectivo estacional, la falta de luz en invierno puede reducir la serotonina y alterar la melatonina, provocando apatía, tristeza e insomnio. Pero con el jet lag estacional ocurre algo distinto: no es la ausencia de luz, sino la incoherencia entre lo que nuestro cuerpo espera y lo que realmente recibe. El cerebro anticipa días cortos y temperaturas frescas, y en su lugar se encuentra con semanas de calor y claridad excesiva. Esa contradicción desordena nuestros relojes internos y puede generar síntomas muy parecidos: cansancio, falta de motivación, alteraciones del sueño o bajones de ánimo.
No soy la única
Cada vez más gente confiesa sentirse rara en estos “veranos de otoño” o “inviernos de primavera”. Nuestro cuerpo se resiste a aceptar que las estaciones ya no son lo que eran. Nombrarlo me ha dado paz: no es flojera, ni simple cansancio, es un desajuste profundo entre lo que espero y lo que realmente ocurre.
¿Cómo lo estoy gestionando?
Con gestos pequeños, realistas, de los que puedo mantener aunque tenga trabajo, dos hijos, la casa, la compra y mil cosas más:
✨ Anclajes estacionales caseros. Una vela de canela, una infusión, una calabaza al horno. Si el otoño no llega, lo monto yo en casa.
🌞 Luz sin complicaciones. No tengo tiempo para paseos zen cada mañana, pero sí para subir la persiana al levantarme y desayunar con luz natural.
⏳ Descanso exprés. No siempre puedo parar, pero sí arañar diez minutos: cerrar los ojos en el tren, dejar el móvil en otra habitación o fregar con música que me suba el ánimo.
📚 Autocuidado de guerrilla. Tres páginas de un libro, una crema puesta con calma, dos líneas en la agenda. Minutos robados que me recuerdan que sigo existiendo más allá de la lista de tareas.
No son soluciones perfectas, pero son posibles en mi vida real. Porque esperar al momento ideal para cuidarse es como esperar a que vuelva el otoño “de antes”: no llega nunca. Así que mejor inventarse un otoño propio, aunque sea a base de velas, libros a medias y café en taza bonita.
Lo que quiero compartir contigo
No creo que el jet lag estacional sea lo único que me pasa, pero sí siento que suma, que añade peso a ese ánimo raro de septiembre y octubre. Y al menos ponerle nombre ya me ayuda a entenderlo mejor.
¿Y tú? ¿También sientes a veces que vives en una estación equivocada? Quizá no estemos solos en este desajuste: tal vez todos, poco a poco, estemos aprendiendo a convivir con un mundo que ya no sigue el ritmo al que nuestros cuerpos estaban acostumbrados.
