¿Y si te dijera que El misterio de la cripta embrujada no va solo de monjas desaparecidas y manicomios sospechosos? Eduardo Mendoza lo hace todo con una sonrisa torcida: te lanza una novela negra con aires de parodia y de paso te mete un análisis fino, fino sobre la identidad española después del franquismo. Y sí, con estupefacientes de por medio. Literal y metafóricamente.
📚 Contenido del artículo
💊 Estupefacientes, reales e imaginarios
En la España de finales de los 70, salir del franquismo no fue precisamente una fiesta de sobriedad. Mendoza mete en su historia no solo drogas como tales, sino una sensación de alucinación colectiva: todo el país parece salir de un sueño raro (o de una resaca democrática).
Los personajes están descolocados, sus pensamientos van y vienen como si alguien les hubiera puesto LSD en el café. Esa distorsión constante funciona como metáfora de una sociedad que no sabe si va o viene, que quiere avanzar pero todavía ve al dictador cuando apaga la luz.
🧠 Sicoanálisis barato y sociedad confundida
El narrador —nuestro héroe improbable, salido de un psiquiátrico y metido a detective por accidente— es el espejo roto del sujeto español de la época. Desmembrado, sarcástico, absurdamente lúcido y a la vez enajenado.
Mendoza, con una ironía que haría sonreír a Freud, convierte el análisis de la identidad en un “sicoanálisis barato y tendencioso”, como lo llama la crítica Eugenia Afinoguénova. Y es que no se trata de encontrar la verdad absoluta, sino de mostrar que nadie —ni el lector, ni el protagonista, ni la España de entonces— tiene muy claro quién demonios es.
🧩 ¿Y el sujeto postfranquista? Pues eso: un rompecabezas
Salir de una dictadura no te convierte automáticamente en ciudadano democrático del siglo XXI. Hay que reconstruirse. Y ahí es donde Mendoza brilla: el «sujeto postfranquista» que aparece en su novela no está ni resuelto ni cuerdo. Es contradictorio, lleno de manías, paranoias, tics. Y eso es justo lo interesante.
La novela no da respuestas. Te pone delante a un protagonista que, entre monjas, criptas y sospechosos muy pintorescos, está en realidad buscando algo mucho más profundo: su lugar en una sociedad que ha cambiado demasiado rápido.
🔦 Crónica de una confusión nacional
Con el género detectivesco como excusa, Mendoza escribe una crónica cómica y amarga de la Transición. Entre pistas falsas y delirios del protagonista, se cuela una verdad: que la España de entonces era como una novela negra mal iluminada. Llena de personajes que no sabían si eran culpables, inocentes… o simplemente víctimas del caos.
Y como buenos lectores de Mendoza, lo único que podemos hacer es seguir las migas de pan (o de tranquilizantes), reírnos por el camino… y preguntarnos si en el fondo también nosotros estamos un poco bajo los efectos de algo.
🧪 Porque en Mendoza, hasta los detectives vienen con receta
El misterio de la cripta embrujada no es solo una sátira. Es un experimento literario disfrazado de novela de enredos. Mendoza nos hace pensar sin dejar de entretenernos, como si hubiera colado crítica social en un bocadillo de chorizo.
Una obra para leer con ojo clínico, sí, pero también con ganas de pasarlo bien. Porque en la literatura —como en la vida— a veces las mejores verdades vienen envueltas en bromas muy serias.
Fuente: Análisis basado en el artículo de Eugenia Afinoguénova, «El sujeto postfranquista bajo la influencia de estupefacientes: La conciencia psicoanalítica y el inconsciente histórico en ‘El misterio de la cripta embrujada’ de Eduardo Mendoza», Revista Hispánica Moderna, Diciembre 2000.
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