El autor de Abbots Verney, de R. Macaulay (Murray, 6s.), un libro interesante y notable, probablemente desearía que le asignáramos un nombre masculino a su ambigua inicial. Esto lo inferimos por la coherencia con la que sus personajes masculinos emplean jerga, la energía con la que reprimen sus emociones y la virilidad con la que se comportan de principio a fin. No obstante, cuando la fuerza que los impulsa es tan real, no importa demasiado si a veces está mal dirigida.
El defecto más grave de la novela, sin embargo, surge de este mismo malentendido. Aunque el hilo narrativo no es muy sólido, requiere que creamos en la existencia de una familia del norte de Inglaterra llamada Ruth, en el patriarca de la familia, el coronel Francis Ruth, y, sobre todo, en el estricto y omnipresente código de honor de este caballero. Como su hijo Meyrick hace trampas en las cartas, su nieto Verney también debe hacer lo mismo; y aunque la herencia genética lo hace posible, la evolución de la historia lo vuelve tan improbable que las sospechas del viejo coronel Ruth y las escenas que generan tienen un aire melodramático.
Un verdadero coronel Ruth no habría desheredado a su nieto; un verdadero coronel Ruth probablemente habría hecho notar que las mujeres tienen un sentido singular del honor. Pero R. Macaulay ha dotado al libro de tanto pensamiento y carácter que esta debilidad solo se percibe ocasionalmente. Si Verney, el nieto agraviado, se mantiene distante del lector por su reserva y otras características masculinas, aún podemos discernir una figura vigorosa, delineada con precisión por una mirada discriminadora desde el exterior. Cuando su personalidad y su lucha por sobrevivir se funden con un estudio minucioso de Roma en verano, el resultado es incómodo pero también notable.
Además, están Meyrick, el encantador y disoluto padre, la señorita Ilbert y Pattinson; la lista de personajes que merecen ser mencionados podría alargarse, ya que el autor tiene el don de esculpirlos nítidamente en el fondo con solo unas pocas pinceladas. Hablan mucho, discuten el mundo con la energía de la juventud y dicen muchas cosas muy inteligentes. Sin embargo, a veces olvidan que están en una historia que exige cierta cantidad de acción y emoción; o tal vez desconfían de cualquier sentimiento que no sea preciso, ingenioso y destinado a impactar lo convencional. El resultado es un libro que podría beneficiarse de una reducción de la mitad de sus páginas y que podría ser más placentero de leer. Pero estas son críticas que implican respeto, pues sin duda se trata de una obra muy capaz e interesante, y sus fallos son de los que presagian éxito.
VIERNES, 14 DE DICIEMBRE DE 1906
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