Reseña de Occasion’s Forelock por Violet A. Simpson, escrita por Virginia Woolf

Nadie, ciertamente, ha aprovechado la oportunidad con más energía y éxito que Eustace Gleig en Occasion’s Forelock, de Violet A. Simpson (Arnold, 6s.). Desde el comienzo, lo encontramos debatiéndose entre el suicidio o la indigencia, y solo un paquete de cuentas impagas, legado por un padre disoluto, lo disuade de abandonar este mundo. Sin embargo, las novelas no se construyen a partir de tales materiales, y la oportunidad se le presenta inmediatamente con el puesto de secretario privado del famoso estadista Lucian Harwich. Luego aparecen las dos hijas, el esqueleto familiar y las diversas sendas del deber y la ambición.

Miss Simpson es, sin duda, generosa, incluso más allá de sus medios, ya que estas grandes promesas permanecen esbozadas, sin sustancia real en su composición. Su interés, podemos afirmar, no radica en la Cámara de los Comunes ni en los entresijos de un testamento disputado, sino en la observación de la vida cotidiana y el humor de la gente común. Así, su personaje de la solterona, Miss Mary Harwich, es uno de aquellos que hablan en la página como lo harían en la vida real, revelando nuevas idiosincrasias con cada frase de manera aparentemente inconsciente.

Pero, lamentablemente, también debemos soportar a un líder de la Cámara de los Comunes con su discurso ‘trascendental’ y su convicción de que ‘una política firme y estable es lo que este país necesita’. En efecto, los personajes masculinos parecen abstracciones femeninas, fácilmente etiquetadas como ‘político’, ‘secretario’, ‘santo’, y desechadas sin más profundidad. No ocurre lo mismo con las mujeres, y la parte más vívida del libro es la que describe la vida de la protagonista en un colegio femenino de Oxford. Aquí, Miss Simpson escribe con la seguridad y espontaneidad de alguien que conoce bien lo que retrata, lo que solo hace que lamentemos que, tras construir este escenario, lo abandone tan abruptamente.

Así, nos vemos obligados a seguir la trama hasta sus complicaciones finales, en las que el líder de la Cámara, tras haber disfrutado durante años de la propiedad de su hermano, se enfrenta a la necesidad de casar a su hija con su secretario. Con este desenlace, la novela, amable pero inconsistente, llega a su fin sin dejar mucho espacio para la queja.

VIERNES, 7 DE DICIEMBRE DE 1906

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