Nadie tendrá dificultades para responder el dilema planteado en Outrageous Fortune, de Bak (Heinemann, 4s.). De hecho, exageramos al llamarlo un dilema, pues es poco más que una máxima de libro de moralidad que incluso el más joven de nosotros podría copiar e interpretar con provecho. La señora Hayes enviudó a los treinta y dos años, con una renta anual de cuatrocientas cincuenta libras; sin embargo, vendiendo la mitad de sus joyas, su contrato de alquiler y el mobiliario de su casa, así como sus caballos y carruajes, podría aumentar esa suma a un total de seiscientas libras al año.
Pero las inversiones no siempre son seguras, existen riesgos incluso en el mercado inmobiliario, y ninguna persona «acostumbrada a cierta posición en la escala social» consideraría casarse con un hombre cuyo ingreso nunca superó las cuatrocientas o quinientas libras al año. Entre ambos, la señora Hayes y su pretendiente, lograban reunir poco más de mil libras anuales. Y cuando uno considera que seis vestidos a veinte libras cada uno suman ciento veinte libras, y que «se necesitan abrigos, guantes, botas y toda la ropa interior», no es de extrañar que una mujer sensata exclame: «con nuestros ingresos combinados, el matrimonio es completamente imposible».
El dilema es planteado y resuelto por cierta Lady Gray. Mientras permanezcas soltera, dice ella, apenas podrás arreglártelas con seiscientas libras al año y «seguir en sociedad»; pero en cuanto te cases, tendrás que renunciar a los hábitos de los hombres y mujeres del mundo, y esos hábitos son «lo único que ni tú ni nadie puede abandonar por amor». Así, el cálculo—porque este libro, con su tono de simplicidad seria, su monotonía nivelada de buen sentido y su excelente aritmética, tiene el efecto de un informe de abogado—se desarrolla con precisión infalible.
La señora Hayes es tan poco razonable que trata de mantener su estatus social y, al mismo tiempo, conservar su amor; las consecuencias de su decisión se reflejan en sus facturas de modista y en su cuenta bancaria. Se ve obligada a pedir un préstamo a un antiguo pretendiente; Arthur Mortimer descubre la deuda y, con la dignidad propia de su tipo de hombre, la abandona y se casa con Edith Wilton, cuya renta, presumiblemente, es suficiente para mantener los hábitos y proteger el amor. La señora Hayes, ante esta situación—y aquí está la moraleja—»volvió su rostro hacia la pared».
Este libro no es ni ingenioso ni sutil, pero aun así resulta legible gracias a su prosaica sensatez. Brinda la misma sensación de instrucción sobre asuntos triviales que se obtiene al mirar por la ventana del tren un paisaje llano y uniforme.
JUEVES, 24 DE OCTUBRE DE 1907
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